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PEQUEÑAS MORTIFICACIONES DENTRO DE LA VIDA DIARIA

Luego de algunos meses de no poder escribir...hoy finalizando el 2do mes del año 2018, les comparto algunas ideas que fui trabajando en el guión de una pequeña clase que daré este próximo jueves en el Preescolar Los Pinos-Intisana de Quito, Ecuador. Disfruten...

Vamos a empezar con unas ideas centrales:
1. La Cruz es el símbolo y señal del cristiano porque en ella se consumó la Redención del mundo. El Señor empleó la expresión tomar la cruz en diversas ocasiones para indicar cuál había de ser la actitud de sus discípulos ante el dolor y la contradicción.
La fe nos enseña que el sufrimiento penetró en el mundo por el pecado.  Dios había preservado al hombre del dolor por un acto de bondad infinita. El pecado de Adán, transmitido a sus descendientes, alteró los planes divinos. Con el pecado, entraron en el mundo el dolor y la muerte.
Pero el Señor asumió el sufrimiento humano a través de las privaciones de una vida normal (pasó hambre y sed, se cansó en el trabajo…) y de su Pasión y Muerte en la Cruz, y así convirtió los dolores y penas de esta vida en un bien inmenso. Es más, todos estamos llamados, con el sufrimiento y la mortificación voluntaria, a completar en nuestro cuerpo la Pasión de Jesús.

2. Dios quiere nuestra santidad, para eso nos ha creado y podemos ofrecerle lo que es su voluntad, toda mi vida entra en sus planes: Dios inscribió la ley del trabajo en la vida del hombre, también los deberes familiares, la necesidad de desarrollo personal, de los talentos que nos ha dado… vida familiar... cumplimiento de deberes de trabajo. La respuesta de mi vocación de cristiana es que puedo cumplir mis deberes por amor. Y aquí entra el tema del ofrecimiento.

El encuentro con personas que no entienden el sentido de ofrecer a Dios trabajos, sacrificios, dolores, etc, es frecuente entre nosotros. Personas que cuando se les plantea la cuestión preguntan desconcertadas ¿acaso Dios necesita algo de nosotros? ¿Qué gana si yo le ofrezco esto? ¿Para qué le sirve que se lo ofrezca? ¿Acaso le hace algún bien a Dios?
Y tienen razón. Si la cuestión acerca del sentido y valor del ofrecimiento se plantea desde nuestra perspectiva utilitarista, es difícil de entender. Mirado así, efectivamente, no parece que pueda servir de mucho.
¿Para qué quiero yo un elefante, o un traje de novia, 10 kg. de cemento, o…? Posiblemente esos regalos me crearían un problema que no tengo: ¿qué hago yo con esto?   Aplicado a Dios, uno se podría preguntar ¿qué hace con mi estudio? ¿qué le cambia si yo se lo ofrezco? ¿para qué le sirve mi dolor de muelas? ¿qué hace con la carne que no como los viernes...? y así podríamos seguir
Pero el asunto no es qué gana Dios, sino qué gano yo. Aquí radica la verdadera perspectiva. Porque Dios me pide cosas que El no necesita, pero que yo sí necesito. Me pide para dar. Nos exige para que sepamos entregarnos.

Por otro lado, el ofrecimiento santifica lo ofrecido, y hacerse santo santificando la vida es lo más útil del mundo... De manera que nos vendrá muy bien entender mejor qué sentido tiene ofrecer, para qué lo hacemos, qué pasa cuando lo hacemos (que es lo que hacemos realmente al ofrecer algo). Y la respuesta es sencilla: Para llenarlo de sentido, descubrir su valor y sobre todo ganarnos el cielo.

El amor de Dios por nosotros
- ¿Por qué Dios quiere que le ofrezcamos sacrificios, ofrendas, etc.? Porque nos quiere, aprecia todo lo nuestro. Nos enseña a ser agradecidos.
El hecho de la necesidad de ofrendas está fuera de duda: aparece desde el principio del Antiguo Testamento. Allí encontramos a Abel y Caín ofreciendo a Dios el fruto de su trabajo: su ganado y los frutos de la tierra.

Dios quiere lo que me hace bien a mí.  Se lo entiende mirando un reflejo humano del amor divino: al amor materno. Una buena madre se goza más en el bien de los hijos que en el propio. Cuando le preguntan ¿qué quieres que te regale? Contesta: “¡que te portes bien!” Y no es una forma de decir, es verdad: lo que realmente quiere. Eso es lo que las llena: el bien de sus hijos, su éxito, verlos mejor, crecer, madurar, llegar alto… Se gozan en sus hijos…
¡Y Dios es nuestro Padre! que  nos creó, se complace entonces en  que demos fruto, se complace en lo nuestro, quiere que le ofrezcamos lo que nos hace bien a nosotros. Y hacer el bien que hacemos, ofreciéndoselo a Dios, nos hace bien a nosotros: porque así nos saca de esquemas egoístas: busco mi santidad por amor a Dios y no por soberbia, amor propio, o afán perfeccionista.

"La sociedad de consumo que nos rodea, nos inunda de eslóganes y reclamos comerciales. Nos vemos sumergidos en un entorno materialista donde no hay lugar ni tiempo para Dios. Esta superficialidad se refleja también en la manera de enfrentarnos al sufrimiento y al dolor. Mucha gente trata de rechazarlo o ignorarlo, como si eso fuera posible. Si alguno quiere seguirme, que tome su cruz,  son palabras de Jesús que provocan una auténtica sacudida a nuestra vida. Como decíamos al inicio. Sin embargo, un dolor santificado, ofrecido, puede ser el medio del que el Señor se sirva para purificar nuestro corazón, y puede hacernos madurar como personas y forjar una interioridad profunda. A través del sufrimiento podemos crecer en esa visión honda de las situaciones y de las personas; adquirimos madurez y, con ella, fortaleza, serenidad, compasión y comprensión, misericordia" (Rafael Sanz)… Con la aceptación del dolor se adquiere hondura. y muchas veces ese dolor, las incomprensiones vendrán sin buscarlas… otras veces seremos nosotros mismos quienes regalemos a Jesús lo que más nos cuesta y hasta lo que más nos gusta.
La Virgen María, que fue madre de nuestro Señor y es Madre nuestra, nos ayudará a comprender que con fe, humildad y saberse abandonar en Dios como ella misma lo hizo, es el mejor camino a seguir para lograr ser mejores Hijas de Dios. Ella que vivió el dolor de cerca, acompaño a Jesús hasta su muerte nos dará las fuerzas para ir ofreciendo cada día las pequeñeces o grandes dificultades que en casa, en el trabajo, en el grupo de amigos… van apareciendo.

Bibliografía consultada:
Camino y Forja. San Josemaría Escrivá.
Eduardo María Volpacchio. (2.04.08). Fuente: www.algunasrespuestas.com

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